viernes, 20 de julio de 2018

Las sufragistas y la importancia de las palabras

Ralph Ellison en su libro El hombre invisible, describe: Soy como un reflejo de crueles espejos con duros cristales deformantes. Cuantos se acercan a mí únicamente ven lo que me rodea, o inventos de su imaginación. Lo ven todo, cualquier cosa, menos mi persona […] La invisibilidad a que me refiero halla su razón de ser en el especial modo de mirar de aquellos con quienes trato.


Por mucho tiempo el Derecho hizo lo mismo con las mujeres. Le eran invisibles, se negaba a verlas. Existiendo, el Derecho pretendía que no estábamos. El Derecho pretendió desaparecer a las mujeres de la esfera pública, bajo la premisa de que ésta pertenece a los varones y la privada a las mujeres.

Hoy quiero dedicar esta entrada a una parte de la lucha sufragista que creo a veces olvidamos, a la importancia que esas mujeres sabían que tienen las palabras, a que nombrar es visibilizar y reconocer subjetividades.

Fue hasta el 17 de octubre de 1953 que, por lo menos formalmente, la Constitución federal se hizo cargo de que las mujeres existen.

A quienes acusaban a las sufragistas de salirse de su esfera, la feminista y política mexicana, Hermila Galindo respondía, cito textual:

[…] nuestra esfera está en el mundo; porque, ¿qué cuestiones que se refieran a la humanidad, no deben preocupar a la mujer, que es ser humano, mujer ella y madre de mujeres y de hombres? ¿Qué problema, qué cuestiones pueden en el mundo cuya resolución no haya de repercutir sobre la vida de la mujer, directa o indirectamente?
¿Qué leyes puede haber que no la favorezcan o no perjudiquen a ella, o a los suyos, y que, por lo tanto, no deben ni pueden interesarla?
La esfera de la mujer está en todas partes porque la mujer representa más de la mitad del género humano, y su vida está íntimamente ligada con la de la otra mitad. Los intereses de las mujeres y de los hombres no pueden separarse. La esfera de la mujer está por lo tanto, donde quiera que está la del hombre, es decir, en el mundo entero.[1]

Estoy convencida del poder del lenguaje, particularmente del jurídico, puesto que tiene la posibilidad de reconocer las aspiraciones y los proyectos de vida de las personas; de intervenirlos.

En términos de redacción, la reforma constitucional de 1953 fue sorprendentemente sencilla y da cuenta de las ideas que subyacen al lenguaje jurídico cuando se decide a nombrar, a ver y a reconocer.

Lo único que se hizo fue incluir “varones y mujeres” a la frase: [s]on ciudadanos de la República todos los [varones y mujeres] que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan, además, los siguientes requisitos […].

La escritora feminista bell hooks destaca que el lenguaje es también un lugar de combate y que las palabras constituyen un acto de resistencia.[2] 

Las sufragistas hicieron suya la palabra como acto de resistencia y construyeron una narrativa para colocarse dentro de los supuestos normativos.

Frases como la ley debería respetar a las mujeres sufragistas; pedir libertad para las mujeres no es un crimen; luchar, pelear, por hacer correcto lo incorrecto; las sufragistas no deberían ser tratadas como criminales; de la prisión a la ciudadanía, fueron integradas a esta narrativa en las manifestaciones públicas que demandaban el derecho de las mujeres a votar.

Al mismo tiempo, se construían narrativas en contra de las sufragistas tratando de mostrarlas como locas, nunca besadas, violentas, frustradas, perturbadoras del orden social y, por tanto, descuidadas de sus hijos, hijas y responsabilidades del hogar.

Así, la lucha por que las mujeres votaran involucró profundamente manifestaciones lingüísticas y condujo a una reforma que introdujo dos palabras a un artículo constitucional, suscitando una serie de transformaciones de las que somos ahora protagonistas.

En efecto, a la lucha sufragista siguió la de las cuotas y luego a la de la paridad, en la que nos encontramos en este momento. Su necesidad surge de las deudas y desigualdades históricas que aún después de 64 años no podemos corregir.

Lo que en un momento parecía un arrebato de rebeldía -conceder la ciudadanía a las mujeres- terminó siendo una premisa básica de la Democracia. Premisa inacabada en tanto no construyamos una narrativa incluyente, exenta de estereotipos discriminadores, en tanto no logremos que el ejercicio de los derechos político-electorales sea libre de discriminación y violencia.

[1] Hermila Galindo, palabras pronunciadas en el marco del segundo Congreso Feminista de Yucatán en noviembre de 1916. Disponibles en https://ideasfem.wordpress.com/textos/f/f14/ (consultado el 13 de octubre de 2017). Todas las referencias Hermila Galindo en el presente documento, se basan en esta fuente.
[2] Citada en: Mercedes Jabardo Velasco, Introducción. Construyendo puentes: en diálogo desde /con el feminismo negro. Feminismos negros. Una antología. Página 38, disponible en: https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Feminismos%20negros-TdS.pdf

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