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domingo, 7 de abril de 2019

Compromiso permanente: erradicar la violencia por razón de género


Es momento de definir cómo tomar ventaja de la coyuntura y avanzar en nuestro propósito de lograr la paridad y la no violencia por razón de género en el ámbito político-electoral.

En su libro titulado Mi propia historia, Emmeline Pankhurst[1] fundadora de la Unión Social y Política de Mujeres que promovió el voto femenino en Reino Unido y que, por ello, como muchas otras mujeres que integraban esa Unión, estuvo encarcelada en numerosas ocasiones, afirma que quienes han nacido en un momento donde una gran lucha por la libertad humana está en curso, son muy afortunadas.

Ella estuvo consiente del momento histórico en el que se encontraba y supo desempeñar su papel.

Nosotras también somos parte del proceso precedido por ella y por muchas otras personas que han hecho de la consecución de los derechos político-electorales de las mujeres su causa histórica.

La violencia política por razones de género es un problema y las autoridades, los partidos y la sociedad debemos solucionarla.

Llegar a este punto, en donde esa violencia es nombrada, tiene un lugar en el debate académico, político, legislativo y jurisdiccional, donde contamos con un protocolo, sentencias, jurisprudencia y legislación, es fruto del proceso iniciado por las sufragistas.

Emmeline Pankhurst, como muchas sufragistas, sufrieron violencia política al no ser reconocidas como ciudadanas cuya opinión era valiosa en el ámbito público y debía reflejarse en la decisión de quiénes deben gobernar. Sufrieron todo tipo de violencia, desde verbal, hasta física, lo que implicó incluso la alimentación forzada.

Ese fue el costo de cambiar un hecho del que hoy debemos avergonzarnos: las mujeres no podíamos votar. Aparentemente, nuestros cuerpos y los roles que nos asignaron a partir de ese hecho biológico nos descalificaban como sujetas políticas. 

Así, el sexo, el género, las preferencias sexuales, el color de piel, el origen nacional y cultural -entre otros- históricamente han sido elementos que han construido la otredad y han determinado los desequilibrios en el reparto y ejercicio del poder, así como la vulnerabilidad y las posibilidades de agresión.

La Democracia implica que lo que nos diferencia no nos distancie ni de las personas ni de nuestros derechos. El hecho de que una persona sea indígena, afromexicana, trans o mujer, no debe generar exclusión del espacio público.

Atender la violencia política por razón de género implica hacernos cargo de cómo conceptualizamos la otredad y de cómo las condiciones sexo-genéricas segregan, conflictúan y complican el ejercicio de los derechos político-electorales.

Ejercer nuestros derechos es la manifestación de nuestra dignidad y nos da el lugar en el mundo que merecemos en tanto humanas integrantes de una sociedad que se construye y define a sí misma.

Ejercer un cargo público implica tomar decisiones a partir de las demandas de la ciudadanía, de las necesidades que presenta un tema determinado y de los recursos con que cuenta el Estado. Implica cumplir con los compromisos que se hicieron en el marco de una contienda electoral.

La responsabilidad de ser electa es inconmensurable y el poder que ello otorga en quienes definen las leyes y políticas públicas de un país, cimbra por el impacto que tal poder tiene en la vida de las y los mexicanos, así como en el proyecto de país. Además, pone en juego la credibilidad y fortaleza de las instituciones.

En efecto, el compromiso que implica ejercer un cargo de elección popular no es poco. Las mujeres no deberíamos sortear, además, actos que constituyen violencia política por razón de género y que no nos permiten cumplir en condiciones de igualdad nuestras funciones.

Como he señalado en otras ocasiones, permitir que haya lugar para la violencia es relativizar subjetividades, es aceptar que hay personas más o menos humanas, más o menos dignas. Ello es, sin duda, inadmisible y por ello existe el Derecho, para garantizar la dignidad intrínseca de todas las personas.

Así, hagámonos cargo de nuestro momento histórico, del rumbo que nuestro compromiso con él debe tomar y de las otredades que construiremos a partir de los múltiples proyectos de vida que tienen que tener cabida en el México de hoy.



[1] Emmeline Goulden es más conocida por su nombre de casada, por ello es el que se utiliza.



*Estas reflexiones forman parte de mi participación en la décimo segunda sesión de trabajo del Observatorio de participación política de las mujeres en México.


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