Es momento de definir cómo tomar ventaja de la coyuntura y avanzar en
nuestro propósito de lograr la paridad y la no violencia por razón de género en
el ámbito político-electoral.
En su
libro titulado Mi propia historia, Emmeline
Pankhurst[1]
fundadora de la Unión Social y Política de Mujeres que promovió el voto
femenino en Reino Unido y que, por ello, como muchas otras mujeres que
integraban esa Unión, estuvo encarcelada en numerosas ocasiones, afirma que quienes han nacido en un momento donde una
gran lucha por la libertad humana está en curso, son muy afortunadas.
Ella estuvo consiente del momento histórico en
el que se encontraba y supo desempeñar su papel.
Nosotras también somos parte del proceso
precedido por ella y por muchas otras personas que han hecho de la consecución
de los derechos político-electorales de las mujeres su causa histórica.
La violencia política por razones de género es un problema y las
autoridades, los partidos y la sociedad debemos solucionarla.
Llegar a este punto, en donde esa violencia es
nombrada, tiene un lugar en el debate académico, político, legislativo y
jurisdiccional, donde contamos con un protocolo, sentencias, jurisprudencia y
legislación, es fruto del proceso
iniciado por las sufragistas.
Emmeline Pankhurst, como muchas sufragistas,
sufrieron violencia política al no ser reconocidas como ciudadanas cuya opinión
era valiosa en el ámbito público y debía reflejarse en la decisión de quiénes
deben gobernar. Sufrieron todo tipo de violencia, desde verbal, hasta física,
lo que implicó incluso la alimentación forzada.
Ese fue el costo de cambiar un hecho del que
hoy debemos avergonzarnos: las mujeres no podíamos votar. Aparentemente,
nuestros cuerpos y los roles que nos asignaron a partir de ese hecho biológico
nos descalificaban como sujetas políticas.
Así, el sexo, el género, las preferencias
sexuales, el color de piel, el origen nacional y cultural -entre otros-
históricamente han sido elementos que han
construido la otredad y han determinado
los desequilibrios en el reparto y ejercicio del poder, así como la
vulnerabilidad y las posibilidades de agresión.
La
Democracia implica que lo que nos diferencia no nos distancie ni de las
personas ni de nuestros derechos. El hecho de que una
persona sea indígena, afromexicana, trans o mujer, no debe generar exclusión
del espacio público.
Atender la violencia política por razón de
género implica hacernos cargo de cómo conceptualizamos la otredad y de cómo las condiciones sexo-genéricas segregan,
conflictúan y complican el ejercicio de los derechos político-electorales.
Ejercer nuestros derechos es la manifestación
de nuestra dignidad y nos da el lugar en el mundo que merecemos en tanto
humanas integrantes de una sociedad que se construye y define a sí misma.
Ejercer un cargo público implica tomar
decisiones a partir de las demandas de la ciudadanía, de las necesidades que
presenta un tema determinado y de los recursos con que cuenta el Estado.
Implica cumplir con los compromisos que se hicieron en el marco de una
contienda electoral.
La responsabilidad de ser electa es
inconmensurable y el poder que ello otorga en quienes definen las leyes y
políticas públicas de un país, cimbra por el impacto que tal poder tiene en la
vida de las y los mexicanos, así como en el proyecto de país. Además, pone en
juego la credibilidad y fortaleza de las instituciones.
En efecto, el compromiso que implica ejercer
un cargo de elección popular no es poco. Las mujeres no deberíamos sortear,
además, actos que constituyen violencia política por razón de género y que no
nos permiten cumplir en condiciones de igualdad nuestras funciones.
Como he señalado en otras ocasiones, permitir
que haya lugar para la violencia es relativizar subjetividades, es aceptar que
hay personas más o menos humanas, más o menos dignas. Ello es, sin duda,
inadmisible y por ello existe el Derecho, para garantizar la dignidad
intrínseca de todas las personas.
Así, hagámonos cargo de nuestro momento histórico, del rumbo que nuestro
compromiso con él debe tomar y de las otredades que construiremos a partir de
los múltiples proyectos de vida que tienen que tener cabida en el México de
hoy.
[1]
Emmeline Goulden es más conocida por su nombre de casada, por ello es el que se
utiliza.
*Estas reflexiones forman parte de mi participación en la décimo segunda sesión de trabajo del Observatorio de participación política de las mujeres en México.